La exposición que sobre la heroica defensa española de Cartagena de Indias en 1741 puede verse estos días en Madrid da pie al autor para reflexionar sobre la Historia, la política y el ejercicio del poder.
Por Javier Castro-Villacañas
Hasta el próximo 16 de marzo se puede visitar en la Casa de América de Madrid la magnífica exposición organizada por la Fundación Blas de Lezo que detalla los hechos que ocurrieron durante la defensa de Cartagena de Indias frente al asedio inglés en 1741.
El recorrido por la muestra, a través de cuadros, maquetas, dioramas y objetos auténticos, nos traslada a unos hechos históricos la mayoría de ellos desconocidos en nuestro país. Resulta una paradoja que cuanto más se habla hoy de Memoria Histórica menos valoramos los acontecimientos de ese ayer que forjó nuestro presente. Hay que retroceder, por lo tanto, más de 277 años para llegar hasta mediados del siglo XVIII y sumergirnos en aquella época crucial donde Inglaterra y España se disputaban, a sangre y fuego, el poderío naval y comercial de nuestro planeta.
Nada más iniciar el recorrido nos encontramos con los retratos de los 6 protagonistas de aquellos acontecimientos: los dos monarcas de entonces,Jorge II de Inglaterra y Felipe V de España; sus dos primeros ministros, Robert Walpole por Inglaterra y José Patiño por España (no existía como tal dicho cargo en nuestro país y Patiño ocupaba el puesto de secretario de Estado al ser intendente general de Marina, lo que le daba un poder máximo en la nueva corte de los Borbones), y, finalmente, los dos almirantes de las tropas que combatieron en la bahía de Cartagena: el inglés Edward Vernon y su homólogo español, el vasco conocido bajo el apelativo de Mediohombre(tuerto, cojo y manco) el hoy ya mítico y popular Blas de Lezo y Olavarrieta.
El ejemplo patriótico de Blas de Lezo sirve de referencia en estos momentos de crisis nacional.
La histórica derrota de los británicos en la bahía de Cartagena de Indias está perfectamente explicada a lo largo de la exposición, y se puede ampliar con cualquiera de la decena de excelentes libros e investigaciones que, durante los últimos años, se han publicado sobre aquellos sucesos. Blas de Lezo se ha convertido, con razón, en un héroe real (defendió Cartagena con 6 barcos y 2.800 hombres frente a una armada formada por 186 buques y más de 30.000 soldados) y, por lo tanto, sirve de referencia en estos momentos de crisis nacional donde, más que nunca, se necesitan ejemplos patrióticos que, por la distancia, sean históricamente correctos.
Pero la disputa entre Inglaterra y España de aquellos años escondía, además de los intereses geopolíticos y económicos que toda confrontación bélica trae consigo, un modo de entender la política y la organización del poder que entró también en conflicto durante aquellos años en el mundo. En España imperaba la monarquía absoluta, mientras que en Inglaterra se conformaron las bases de lo que actualmente conocemos como monarquía parlamentaria.
Es precisamente en este contexto donde tiene lugar la historia de Robert Walpole y la leyenda de la oreja arrancada y exhibida ante el Parlamento inglés como muestra de la crueldad de los españoles. Un apéndice auditivo que sirvió para presionar, desde el poder legislativo a la persona que tuvo el honor de ser el primer primer ministro de la monarquía parlamentaria británica. Por el valor simbólico de una oreja rebanada, Walpole cedió y, en contra de su voluntad, Inglaterra declaró la guerra contra España. Las artimañas del parlamentarismo ya se hicieron presentes en aquel momento. Repasemos brevemente lo sucedido.
Con Walpole surge la figura de primer ministro, que ha de contar con la confianza del rey y del Parlamento
Sir Robert Walpole (primer conde de Orford) fue un destacado político inglés que ocupó el poder durante casi 21 años, desde 1721 hasta 1742. Su etapa de gobierno es heredera de las tensiones vividas durante el siglo anterior entre el Parlamento y la monarquía. Hubo varios episodios de guerra civil e incluso se llegó, en 1649, a la decapitación del rey Carlos I de Inglaterra. En 1660, tras la dictadura de Cromwell, se restauró la monarquía inglesa. Pero hay que esperar hasta 1714, con la coronación de Jorge I y la llegada al trono de la dinastía de los Hannover, para que tuvieran lugar los acontecimientos políticos a los que nos referimos.
Jorge I era un rey extranjero que en el momento de su coronación no dominaba totalmente el idioma inglés, por lo que necesitó, más que nunca, del apoyo mayoritario del Parlamento para sacar adelante su reinado. Y es en esta circunstancia donde surge la figura de Robert Walpole: un hombre sin escrúpulos de la izquierda Whig (nombre antiguo del Partido Liberal inglés). Con él se inaugura una nueva forma de gobierno: donde el primer ministro, y lo que posteriormente se convertiría en su gabinete, debían de contar, de origen, con la doble confianza del rey y del Parlamento.
Walpole, mediante regalos, cohechos, nombramiento de cargos y toda clase de favores compró y mantuvo una mayoría parlamentaria. Con la práctica de la corrupción instauró una forma de hacer política eufemísticamente denominada "influencia de la Corona", que hacía alusión a esas prácticas de corrupción que mediante el soborno y la compra de votos aseguraban su poder en el Parlamento. Todo se compraba y todo se vendía, y el Parlamento se convirtió en un mercado más.
La corrupción del parlamentarismo (la estrategia de poder de Walpole de impedir que el rey pudiese designar a otro jefe de Gobierno al tener compradala cámara legislativa) acabó con la monarquía constitucional y fundó la monarquía parlamentaria con Gobierno de gabinete que perdura hasta hoy en Gran Bretaña.
Jorge II accedió al trono tras la muerte de su padre en 1727 cuando ya Robert Walpole llevaba seis años en el poder. Todo apuntaba a que el nuevo monarca iba a prescindir de él (le traicionó cuando todavía era Príncipe de Gales, había conspirado con él pero aceptó ser primer ministro con su padre), pero Walpole era mucho Walpole y al tener al Parlamento a su favor se ganó primero la confianza de la nueva reina y después la de Jorge II tras asegurarle una generosa lista civil de 800.000 libras. En Inglaterra este periodo es conocido como el government by corruption.
Todo se compraba y todo se vendía, y el Parlamento se convirtió en un mercado más, donde prevalecían los intereses de parte, especialmente los comerciales y, por encima de todos ellos, los intereses de la Compañía de los Mares del Sur (The South Sea Company) que tenía la exclusiva británica para comerciar por América Central y del Sur. Esta Compañía había conseguido, tras la Guerra de Sucesión Española (1713) como contrapartida por la victoria del candidato francés Felipe V, el derecho al tráfico de 4.800 esclavos negros durante un periodo de 30 años, junto con las mercancías necesarias para mantenerlos en los puertos españoles de América. Este derecho caducaba en 1744 y España lo había denunciado, anunciando además que no lo renovaría, lo cual suponía un perjuicio para el negocio de esclavos y mercancías de los ingleses.
El capitán Jenkins se dirigió a la Cámara y, para demostrar el salvajismo de los españoles, mostró su oreja
El 8 de marzo de 1739 fue el día elegido por Warpole para presentar ante la Cámara de los Comunes un nuevo acuerdo con España: el conocido como Convenio de El Pardo, no muy favorable para los intereses británicos. Y como dice el refrán, donde las dan las toman, y así Walpole tuvo que probar de su propia medicina al encontrarse con una Cámara convenientemente predispuesta a los intereses mercantiles de la South Sea Comapny.
Cuando el debate estaba más encolerizado, uno de los parlamentarios favorables a declarar la guerra a España anunció que iba a presentar pruebas evidentes de la barbarie española y fue entonces cuando hizo acto de presencia en la sala el capitán escocés Robert Jenkins con una cajita. Dentro de ella, como un tesoro, guardaba su oreja amputada.
Cuentan las crónicas que el capitán Jenkins se dirigió a la Cámara de los Comunes y, para demostrar el salvajismo de los españoles, mostró su apéndice al tiempo que narraba lo sucedido con él. Ocurrió 8 años antes, en las costas de Florida, cuando el barco español La Isabela, al mando del marino Juan León Fandiño, interceptó el buque inglés Rebecca, que comandaba el aún no desorejado capitán escocés Jeckins. Fandiño, como era su deber, registró la bodega del barco y descubrió gran cantidad de mercancía que viajaba de contrabando sin autorización, al no estar registrada. Como no debía ser la primera vez y como escarmiento, según la versión de Jeckins, Fandiño con una precisión de cirujano y de un solo tajo le rebanó su pabellón auditivo derecho, dejándole libre con el siguiente mensaje: "Ve y dile a tu Rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve".
El 'walpolismo' equivale a que el líder de la mayoría de una Cámara acumula todos los poderes.
El testimonio de Jeckins provocó un alboroto mayúsculo en la Cámara. Las llamadas a la guerra contra las españoles no cesaron de producirse desde los asientos de los Comunes. El Parlamento convenientemente amaestrado durante décadas por Walpole se había dejado ahora seducir por los planes de negocio de la Compañía de los Mares del Sur, simbolizados en una oreja. De nada sirvieron las intervenciones de los partidarios del primer ministro, que intentaron desautorizar la versión del desorejado Jeckins argumentando que era más que conocida su fama de fanfarrón y pendenciero, afirmando otras versiones que la causa de la disección de la oreja de su cabeza no fue tan noble, sino consecuencia de una riña en una taberna en plena borrachera empapada con whisky de su tierra natal.
Pero el escándalo en la opinión pública había traspasado los muros de la cámara legislativa. Walpole se vio acorralado, y es ahí donde los cronistas sitúan su famosa frase: "¡El mar de las Indias, libre para Inglaterra o la guerra!". Y fue declarada por el Parlamento británico la guerra contra España, que duró nueve años. La Guerra de la Oreja de Jeckins o, más correctamente, La Guerra del Asiento, porque lo de la aurícula del escocés fue solo una argucia parlamentaria bien empleada, ya que lo que se buscaba realmente era garantizar el tráfico, el asiento de esclavos de Gran Bretaña por el Caribe.
En 1741 tuvo lugar el asedio de Cartagena de Indias y la gesta de Blas de Lezo. Robert Walpole, tras la derrota con España que Inglaterra siempre quiso ocultar, perdió el favor de la Cámara de los Comunes y del rey en 1742. Tuvo que presentar la dimisión. Eso sí, fue recompensado por Jorge II, que le nombró conde de Orford y miembro de la Cámara de los Lores. Pero como realmente ha pasado a la historia es como el creador del walpolismo, que simboliza la primera regla de la corrupción parlamentaria: la acumulación de todos los poderes (ejecutivo y legislativo) bajo el líder de la mayoría de una Cámara. Un líder que vio perder su respaldo mayoritario por la aparición de una oreja. Eso sí, convenientemente aderezada con los intereses económicos que generaba para Inglaterra el tráfico de esclavos.