lunes, 12 de marzo de 2018

Fernando III: un rey para la unidad, la proyección internacional, y la ejemplaridad




Sello del Rey Fernando III el Santo


Conferencia impartida por Don Juan José Lucas, Vicepresidente primero del Senado y Ex-Presidente de la Junta de Castilla y León en Autillo de Campos (Palencia) con motivo del 798 Aniversario de la Proclamación de Fernando III el Santo como Rey de Castilla.


Autillo, centro de la historia de Castilla y León y de España, escenario privilegiado de la proclamación de Fernando III como rey de Castilla, es un hito imprescindible de nuestra tierra y de nuestra patria. Pero lo es también en la vida, el compromiso público y los afectos de quien os habla. Gracias por esta invitación y esta oportunidad de compartiros mi visión acerca de una empresa histórica formidable que está a punto de cumplir ochocientos años: la definitiva consolidación del histórico-proyecto castellano y leonés como columna vertebral del histórico proyecto español. La construcción de Castilla y León y España como realidades imperecederas. 

Todo empezó en Autillo en los últimos días de la primavera de 1217. Autillo es uno de esos grandes escenarios de la historia en donde nada termina, porque todo comienza. Un joven llamado Fernando, casi adolescente, se convierte en rey de Castilla. No estaba destinado a serlo, y su padre, Alfonso IX de León, no quiere verle erigido en soberano castellano. Pero, en 1230, ese joven castellano sucederá a su padre, y se convertirá en rey de León también. Y, en apenas dos décadas, cambiará la historia de España y de Europa para siempre. Porque, Castilla y León se convertirá en el pilar central de un proyecto histórico destinado a convertirse en uno de los grandes motores de la historia de la humanidad: el proyecto español.

La figura de Fernando III pervivirá, y en toda su vigencia, mientras Castilla-León y España pervivan también como proyecto sugestivo de vida en común. Y lo harán, como decía don Julián Marías, "siempre que seamos leales a nuestro futuro". Es decir, siempre que seamos leales al futuro de grandeza que diseñó Fernando III. Un futuro de grandeza que hoy se plasma en el marco de paz, libertad y concordia que fuimos capaces de construir, y hemos sido capaces de compartir, en esta España constitucional de 1978.
Y con ese objetivo último, que en mi caso, y en el de mi generación, es la obra de nuestras vidas, es decir, la conversión de España en una gran sociedad, me gustaría ser capaz de examinar, con todos vosotros, las tres imborrables lecciones históricas que, a mi juicio, nos dejó en herencia el reinado y el tiempo de San Fernando: la unidad, la proyección internacional, y la ejemplaridad. Para Castilla-León, y para España.

1. Unidad para la vertebración de Castilla-León y de España
La primera lección es, en efecto, la de la unidad. Y, más que la unidad, la vertebración política, territorial, jurídica, y en la identidad, de Castilla-León. A partir del reinado de Fernando III, es sabido, Castilla y León habrían de permanecer unidas. Y la unidad es un valor de Estado. El formidable despliegue castellano que, durante el reinado de Fernando III, en apenas dos décadas, permitió que Castilla llegara de mar a mar, del Cantábrico al Mediterráneo, y de la desembocadura del Bidasoa a la desembocadura del Guadalquivir, es fruto de ese empeño en la unidad. Baeza, Úbeda, Jaén, Córdoba, Murcia, Cartagena, Sevilla, la influencia en el Algarve y en la propia Granada... Las principales ciudades del mundo se incorporaron a la Corona castellano y leonesa, aportando nuevas dimensiones estratégicas a un actor político consolidado como el reino más extenso de Europa. 

Fernando III lideró un proceso de expansión territorial sin parangón en la historia de la Europa bajomedieval por su celeridad y su dimensión. Y fue posible en la unidad. Sólo en la unidad. Siempre en la unidad. Cuando los castellano y leoneses, y todos los españoles, nos unimos, no es que seamos más fuertes: somos imparables. Y la historia nos lo ha reiterado una y otra vez. Eso, y lo contrario.

La vocación unitaria de los reinos hispánicos durante toda la Edad Media es constante. Se inicia cuando los primeros catalanes de la historia pidieron al futuro Carlomagno regirse por el Liber Iudiciorum, es decir, por el derecho del reino visigodo de Toledo, o lo que es lo mismo, por su propio derecho español, e hispani, españoles, fueron llamados por el rey de los francos cuando en 785 accedió a su pretensión. A partir de entonces, castellanos y leoneses, aragoneses y navarros compartieron el ideal histórico de la reconstrucción de ese primer reino español hasta que los Reyes Católicos lo materializaron. 
Fernando III casó a su primogénito Alfonso con Violante de Aragón, hija de Jaime I de Aragón, conquistador de Valencia y de Mallorca, quien habría de acudir en auxilio de su yerno Alfonso X, cuando en 1265 los musulmanes de Murcia se rebelaron porque, decía el rey Jaime, si no intervenía "es España entera la que se pierde". Cuando Fernando III falleció en Sevilla, en 1252, se encontraba preparando una expedición al Norte de África, un Norte de África que era parte integrante de España desde el Bajo Imperio Romano, con su provincia Mauritana Tingitana en la diócesis de Hispania, y durante el reino visigodo de Toledo. España no termina en los Pirineos ni en el Estrecho de Gibraltar. Ya decía José Bergamín que "España, ni grande ni pequeña: sin medida".
 
La visión de Fernando III era, pues, plenamente hispánica. Tanto su política matrimonial como su acción estratégica y militar perseguían crear las condiciones para la paulatina integración de los reinos y territorios peninsulares. Y, por otra parte, era una visión compartida por ese gran rey español llamado Jaime I de Aragón. Fernando III trabajó para la unidad. Como todas las grandes personalidades de la historia. No hay grandeza en la llamada a la ruptura o a la fractura. Romper es siempre, y especialmente en circunstancias críticas, lo más fácil. Romper es el recurso de los mediocres. Es más fácil, y más rápido, destruir que construir.

Pero la historia reconoce a sus predilectos entre los visionarios que, en vez de pensar en la próxima estación, o en la próxima elección, piensan en la próxima generación. La historia es de los constructores. La principal avenida de Berlín está dedicada "a la unidad alemana". Los constituyentes de los Estados Unidos de 1787 querían "hacer una Unión más perfecta". Fernando III es uno de esos creadores de unidad. Ojalá hubiera avenidas de la unidad de España en nuestros pueblos y ciudades. Y ojalá una placa recordara, en esas avenidas, a Fernando III, el rey que empezó la unidad de Castilla-León, y de España, en Autillo.

2. Una Castilla líder en el mundo
Pero Fernando III quería que Castilla-León disfrutara de una presencia internacional protagonista, ocupando el rango de gran potencia al que se había hecho acreedora por su dimensión geoestratégica, como la Corona más extensa de Occidente, por encima de una Francia e Inglaterra en pugna por la herencia de los Plantagenet.

Apenas unas décadas antes, el rey Alfonso VIII de Castilla había ya iniciado una ambiciosa política internacional al casar, precisamente, con Leonor Plantagenet, hija de Enrique II Plantagenet y de Leonor de Aquitania, procediendo a potenciar las villas del Norte de Castilla con sucesivos fueros para Castro-Urdiales, Santander, Laredo y San Vicente de la Barquera entre 1163 y 1210, y anexionándose, además, los territorios vascos. El futuro estratégico y comercial de Castilla miraba hacia el Atlántico.

Pero Fernando III imprimió un definitivo impulso a ese proyecto estratégico. Porque, en primer y fundamental término, creó la marina de Castilla, decisiva para la conquista de Cartagena, en 1244, y después de la Baja Andalucía, sobre todo de Sevilla en 1248. Y, muy pronto, la marina de Castilla y León,la Corona más marinera de Europa, se convirtió en la más poderosa del mundo, como habría de demostrarse cuando, en 1372, las naves castellanas se impusieron en la batalla de La Rochela a la marina inglesa, estableciendo una hegemonía que no habría de quebrarse hasta la batalla de Las Dunas, enfrente de Dunquerque, en 1659. Durante tres siglos, el mar fue de Castilla y de España.
Fernando III sabía que el destino de Castilla y León estaba en el mar, es decir, en el comercio atlántico. Y sabía también que Andalucía y Murcia le permitirían completar la Reconquista cuando sometiera Granada, y se convertirían en la base para la conquista del Norte de África y, quién sabe, de una futura Cruzada, la que habría de emprender su primo Luis IX de Francia, hijo de Luis VIII y de su tía Blanca de Castilla, hermana de la reina Berenguela, la gran y venerada regente de Francia durante la minoridad del futuro San Luis.

Pero, probablemente, el jalón más indicativo del programa internacional de Fernando III reside en su primer matrimonio con la princesa Beatriz de Suabia, de la Casa imperial alemana de Staufen, quien habría de legar a su hijo, el futuro Alfonso X, los derechos a la sucesión en el Sacro Imperio Romano Germánico. Castilla se incardinó así, y plenamente, en los avatares de la política internacional, como un agente político y estratégico de primer orden. Y el Derecho Común, que había ya penetrado en las Coronas de Navarra y de Aragón, se introdujo también en Castilla de la mano del propio príncipe Alfonso, quien tan pronto sucedió a su padre en 1252 ultimó un Fuero Real cuya concesión a las grandes ciudades de la mitad Sur del reino habría de acelerar el proceso de vertebración jurídica del territorio ya unido políticamente por su padre.

3. La política, camino de santidad y de ejemplaridad
Pero Fernando III no es una figura excepcional de nuestra historia, únicamente, por sus logros extraordinarios en el ámbito de la política interior y de la política exterior. Me ha resultado siempre muy llamativa, como el historiador del Derecho que fui y, creo, siempre he sido, la vastísima enumeración de grandes personalidades de la historia cuyos biógrafos apuntan, como si de un mérito se tratase, su cinismo, su doblez, su falta de escrúpulos, o su talante sanguinario, siempre que trabajaran en beneficio de su propio país. Enrique VIII y su hija, la reina Isabel I de Inglaterra, el cardenal Richelieu, Oliver Cromwell, Napoleón... son siempre disculpados de sus abusos y crímenes por haber servido fielmente a los superiores intereses de la razón de Estado.

Sin embargo, Fernando III demostró que la generosidad y la ejemplaridad no son incompatibles con la grandeza política. Fernando III no fue un criminal con vocación de estadista. La biografía que René Lejeune le dedicó a uno de los padres de Europa, Robert Schuman, se llama La política, camino de santidad. Y, en efecto, también en el caso de Fernando III, nos encontramos ante un supuesto paradigmático de recto y noble ejercicio del poder. Porque el poder no es un ente perverso, sino un instrumento con el que los seres humanos podemos y debemos servir a nuestros semejantes y hacer el bien. Con honor y bondad, se convierte en una maravillosa oportunidad para contribuir a que las vidas de nuestros conciudadanos sean mejores.

Fernando III es un político ejemplar porque es un hombre bueno. Y en un siglo tan terrible como el siglo XIII acude siempre que le es posible a la negociación, a la acción diplomática, a la alianza, a la concertación, a la obtención de sus objetivos con la menor efusión de sangre posible. Fernando III es, por todos los conceptos, y en la mejor de las posibles interpretaciones de la expresión, un político que sabe dónde va, que suma, leal a su tarea, tenaz en la persecución de sus objetivos.

La santidad que le acompaña encierra un enorme significado, es obvio, para quienes profesamos la fe cristiana, y tratamos de conocer las virtudes que pueden y deben edificar nuestra conducta en este mundo. Pero en Fernando III podemos encontrar un conjunto de virtudes que creyentes y no creyentes, debemos compartir como ciudadanos, y muy especialmente quienes disfrutamos del honor y de la responsabilidad de dedicarnos al servicio público.

Fernando III es la humildad, la sencillez, la mesura, la voluntad de servicio, la austeridad, la contención, la cercanía, la honestidad. Un líder con misión y visión. Un profundo conocedor de la historia, de sus lecciones, de sus grandes corrientes, de sus oportunidades, y de su naturaleza implacable, pero también siempre abierta a la capacidad creadora del hombre. Un hombre que padece una infancia difícil, de separaciones y desgarramientos familiares, que accede a su destino enfrentándose con su propio padre. Y que deja a su hijo Alfonso X una de las más formidables herencias de la historia.

Termino. Fernando III es la unidad, el liderazgo internacional, y la vocación de ejemplaridad. Me permitiréis que diga que, por lo tanto, Fernando III es España, es Castilla-León, y es Autillo. Al presidente francés Charles de Gaulle le preguntaron una vez cómo se reconocía en la calle a uno de sus seguidores, a un gaullista. De Gaulle respondió que un gaullista era una mujer o un hombre que tomaba el autobús, el tranvía, o el metro. Es decir: un ciudadano.
Yo reconozco las virtudes y las cualidades de Fernando III hoy aquí, en Autillo. Las he reconocido en las nueve provincias de nuestra Comunidad. En sus más de dos mil doscientos municipios, después de recorrerlos todos y cada uno, y todos y cada uno de sus pueblos. Fernando III sois todos vosotros.

El mejor legado de Fernando III es que cuanto fue, sigue siendo. Cuanto construyó, permanece en pie. Todo aquello por lo que trabajó, sigue impulsando nuestros propio trabajo. La unidad, el afán de apertura a un mundo que es nuestra casa, el compromiso con un ideal de vida recto y honesto, informado por la gratuidad de quien hace el bien sin esperar nada a cambio, y la gratitud de quien disfruta de cada día de su vida con la maravillosa convicción de que la existencia humana es una oportunidad irrepetible para aprender de nuestros conciudadanos y hermanos, para conocerles, y para quererles.

Todo eso nos evoca los nombres, para siempre unidos, y para su mutua gloria, de Fernando III de Castilla y de Autillo. Aquí empieza una historia ocho veces centenaria, y la responsabilidad que sobre los hijos de Autillo recae de continuarla y engrandecerla. Gracias por dejarme ser, por un día, parte de esa historia y de esa responsabilidad, parte de esta tierra y de este cielo de San Fernando. Gracias por vuestra hospitalidad. Y gracias por vuestra atención. Muchas gracias.


Juan José Lucas Giménez. Vicepresidente primero del Senado.




Texto extraído de la web de la A.C.T. FERNANDO III EL SANTO