En 1929 los cañones de artillería salieron de sus cuarteles en Paterna durante unas pocas horas, pensando que el capitán general lideraba un golpe que finalmente no llegó a arrancar
Alberto Castro Girona, capitán general de Valencia a finales de los años 30, era famoso por no arriesgar jamás más de la cuenta. “Cuando juega al póquer, sólo apuesta si tiene cuatro ases y un comodín” decía la gente que lo conocía. Así que en las salas de bandera de los cuarteles de Valencia se respiraba –en secreto- una euforia contenida al saberse que él estaba al frente de un golpe militar contra Primo de Rivera.
Años atrás era mucho más impulsivo, como cuando se disfrazó de carbonero para entrar en la ciudad rifeña de Xauen y negociar –él solo- la rendición de la plaza. A los pocos meses de esta hazaña su hermano pequeño, el teniente coronel Carlos Castro Girona, quien fuera jefe de Estado Mayor de Larache, moría a balazos en El Retiro a manos de un capitán-marido despechado, y ya dejó de ser el mismo. Decidió que la vida era demasiado preciosa como para ponerla en jaque. Las balas que asesinaron a su hermano Carlos también mataron su ímpetu.
Pero volvamos donde nos habíamos quedado.
En 1929 Alberto Castro Girona era el líder militar de una sublevación diseñada y dirigida por José Sánchez Guerra, político que había sido presidente del Congreso y presidente del Consejo de Ministros, y que en esas fechas se encontraba exiliado en Paris por su enfrentamiento con Primo de Rivera.
A Primo ya no le respaldaba ni poder civil ni gran parte de la sociedad, y dentro del Ejército estaba enemistado con todo el Cuerpo de Artillería, así que el plan estaba claro: una asonada militar levantando más de 20 regimientos artilleros, y cuyo epicentro sería Valencia.
La idea era que hasta el puerto de El Grao llegara Sánchez Guerra que, con la plaza levantada en armas por el capitán general de Valencia, tomaría el Regimiento de Artillería Ligera nº 5 de Paterna, para luego marchar a Ciudad Real a levantar el Regimiento de Artillería Ligera nº 6, y finalmente a Madrid. Era un plan en el que los regimientos artilleros irían cayendo como fichas de dominóen un efecto cascada hasta la capital.
Llegó el día planeado, el 28 de enero de 1929, y Sánchez Guerra pasea por el muelle del puerto francés de Port Vendrés. Está temblando. Intenta tranquilizar a su séquito diciéndoles que es por el frío…., pero el verdadero motivo es que el barco que ha de llevarlos a Valencia no aparece. El buque “Onsala” lleva varias horas de retraso a causa de una tormenta.
Mientras esperan el barco, los artilleros de Paterna siguen con el plan. Ya están acuartelados y engrasando sus cañones. Esperando.
Por fin, los 1.500 kilos de acero y hierro asoman por el horizonte y Sánchez Guerra, acompañado de sus fieles, embarca rumbo a Valencia, pero con un día de retraso, tiempo suficiente para que los preparativos del golpe dejen de ser un secreto para Primo de Rivera.
Se había perdido el factor sorpresa de la asonada militar.
El capitán general de Valencia mira sus cartas y se da cuenta de que –tras el retraso- ya no lleva una buena mano para esta partida. Decide no jugarla, retirarse. Así que cuando finalmente la noche del 29 de enero llega Sánchez Guerra a los cuarteles de Paterna a arengar a los oficiales, Castro Girona se va a su cama como si nada, dando orden de que no lo despierten.
A la mañana siguiente se negará a recibir una misiva que desde Paterna le envía Sánchez Guerra donde le animaba a seguir con el plan. Ante este silencio, el político no tiene más remedio que desplazarse él mismo hasta Capitanía exigiendo ver al general Castro Girona.
Allí, el Capitán General accede a verle, pero para invitarle a abandonar la ciudad, haciéndole saber que nada quiere saber ya de ese golpe, que le da unas horas para “escapar” y que se mantiene fiel a Primo de Rivera.
Sánchez Guerra miró a los ojos al general. No tenía intención de salir huyendo. Suspiró y le dijo con voz firme y serena: “Yo he venido aquí a representar un drama, no un sainete”.
Se negó a huir en esas horas que le ofreció Castro Girona, y acabó preso en las Torres de Quart primero, y luego en el cañonero “Dato”, amarrado en Valencia hasta la celebración del Consejo de Guerra.
El juicio se celebró en plena descomposición del régimen de Primo de Rivera. Así que aunque el fiscal pedía seis años de cárcel, Sánchez Guerra fue absuelto al entender el tribunal que, con su golpe, estaba intentando restablecer la democracia asaltada años antes por el dictador.
El general Castro Girona fue condenado a un año de prisión por “negligencia” y el regimiento de Paterna fue disuelto -como todos los de artillería- “por ser vivero propicio de rebeldías.”
Jamás sabremos qué hubiera pasado si el capitán general de Valencia se hubiera animado a jugar esa partida de póquer con las cartas que llevaba. Le podría haber ido peor y acabar fusilado, o mejor, acelerando unos meses la caída de Primo de Rivera y haciéndose con el poder.
Al final quedó algo entre lo trágico y lo cómico, entre el drama y el sainete. Una partida rara, de esas en las que el jugador que parece que va a ganarla se retira sin intentar siquiera un descarte.
Supongo que Castro Girona se preguntó más de una vez qué hubiera pasado si aquel barco no hubiera llegado tarde a causa de la tormenta.
Seguramente habría seguido con su plan, y Paterna se estudiaría en los libros de Historia como la ciudad desde la que el Regimiento de Artillería Ligera nº 5 acabó con el régimen de Primo de Rivera.
Al final fue Primo quien murió exiliado en Paris, mientras que Castro Girona vivió plácidamente cuarenta años más en su tierra. Eso es lo que pensaba cada mañana al levantarse: “Hice bien en retirarme de aquella partida, hice bien.....o no.”
Por Juanjo Crespo, (Experto en Seguridad y Geoestrategia.)
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